sábado, 11 de abril de 2009

Confesiones a un erizo II: Viaje a Palermo

Querido Flipi.
He estado en Sicilia. Las personas del Instituto Cervantes me propusieron contar cuentos a un grupo de jóvenes de un instituto que estudiaban español y para allá que me fui.

Ay, Flipi, no sé si un erizo puede comprenderlo, pero me daba un poco de miedo (respeto más bien) lo del idioma. Cuando uno cuenta, a veces se acelera y si el público no comprende bien el idioma, puede perder el hilo y más si te gusta jugar con las palabras y sus dobles sentidos, la ironía, esas cosas que me gusta hacer.

A lo mejor no me entendían, a lo mejor me entendían pero no les hacía gracia, a lo mejor yo me liaba y no me hacía entender...



Pero nada más llegar fui a un concierto de guitarra allí en la sede del Instituto Cervantes en Palermo (por cierto que pedazo de sede. Bonita, bonita y limpia y decente y bien cuidada) y vi que la gente entendía perfectamente la guitarra y me dije “ah, pues lo de los cuentos está chupado”.

Por cierto el guitarrista, Rafael Serrallet, majísimo, resultó ser amigo de Domingo Chichilla. El mundo es un pañuelo.

La sesión fue de maravilla. Era en el Liceo Ninni Cassari. Los jóvenes cogieron todo, o por lo menos lo suficiente o por lo menos entornaban así los ojos como haciendo caso. Lo pasamos bien.


Hasta me hicieron una entrevista y salí en la tele de Palermo. ¡Si me ves hablando en italiano¡
JA, cómo se olvidan las lenguas (los idiomas, me refiero. Las lenguas sabes que dejan rastros indelebles en la piel).

Palermo es bonito. Lo único malo es que cuando terminas de trabajar y quieres pasear llueve todo el rato. Por lo menos mientras yo estuve. Para cuando me acordé de que paraguas en italiano se dice ombrelo (aunque no se escribe así) ya tenía el tuétano a remojo. Pero tuvo su encanto.

Querido Flipi, tú que comes pienso para gatos no te puedes hacer una idea de lo buena que está la comida en Palermo. Madre mía. Le ponen como un requesón a los pasteles... ricota creo que se llama (aunque no se esribirá así). La pasta... uff, ¡qué bueno está todo!
Y qué bonita, caótica, sucia, llena de coches por todas partes (TODAS partes) y de monumentos dignos de ver que está Palermo.
Allí se conduce al estilo aparta-que-voy que pusieron de moda los conductores de aviones japoneses que se estrellaban contra los barcos y explotaban. Pero milagrosamente no se estrelló nadie en el rato que estuve. Toda una experiencia.

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