lunes, 7 de febrero de 2011

La pulga de enero



Nadie puede saber cuándo llegaron los primeros.
Parecía que llevaban aquí toda la vida.

Poco a poco fueron siendo más. Muy poco a poco. Cuando nos quisimos dar cuenta estaba todo lleno de caracoles: las fachadas de las casas, los tejados, las ventanas, los árboles de la avenida, el suelo. Todas las escaleras eran de caracol.

No parecían moverse, pero ocupaban cualquier espacio que quedara libre. Por las mañanas los conductores retiraban una gruesa capa de caracoles de las ventanillas y circulaban con sus vehículos sobre las calles pavimentadas de conchas. El suelo se hizo muy resbaladizo. Hubo accidentes.

El alcalde dijo que estaban trabajando en la solución del problema. Pedían a la ciudadanía comprensión por lo repentino de la aparición de los moluscos y su rápida expansión. Necesitaban tiempo.

Al final lo único que quedó sin caracoles fuimos las personas. Primero dejaron de vérsenos los zapatos. Podías retirarlos, pero volvían. Cuando nos llegaron a las rodillas parecíamos una continuación del suelo acaracolado. Al poco, apenas podíamos desplazarnos. Después, solo movíamos boca y ojos. Luego, nada.
 
Este cuento forma parte del libro 101 pulgas que estamos preparando Félix Albo, Pep Bruno, Paula Carballeira, Pepe Maestro y un servidor.
Con un poco de suerte verá la luz en primavera
en la editorial Palabras del Candil.



Esta pulga apareció en Palabras de enero, el mail que Pablo Albo envía a las personas suscritas, con su programación de actuaciones, noticias y otras cosas. 
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1 comentario:

Mar dijo...

Qué buena pinta tiene esta historia!!

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